La primera vez que oí hablar de Marta Marco fue cuando buscaba una protagonista para El Amor del Ruiseñor
de Timberlake Wertenbaker, obra que dirigí para el Festival de Mérida.
Me habló de ella Lionel Spycher, diseñador de luces del espectáculo, que
tiene mucho ojo para las cosas del teatro. Me dijo que no era guapa
como requería el personaje pero tenía algo, “elle degage quelque chose”. La llamé, yo no la había visto nunca, pero no podía. Luego fui a verla al Malentendido de Camus, en el Teatre Lliure, y desde entonces siempre me fijo en dónde actúa. En el Malentendido
me llamó mucho la atención su trabajo corporal, sostenía muy bien las
actitudes en escena, que son esos tiempos fuertes del movimiento donde
pasa algo y es mejor no moverse sino aguantar. Fue una pena no haberla
dirigido entonces pues creo que habría sido una Filomela fantástica.
Luego la vi en La casa de Bernarda Alba, una obra que no me
entusiasma, y me la tragué entera con acento andaluz y reposada en una
mecedora, en una de las esquinas del escenario viendo cómo sus hermanas
se arañaban por Pepe el Romano. La he visto en más obras pero les
hablaré del Meu nom es Rachel Corrie, ahora en el Teatre Romea de Barcelona y el 17 de diciembre en el Teatre Principal de Vilanova i la Geltrú. Me ocurre viendo esta obra lo mismo que me ocurrió leyendo Descalzo sobre la tierra roja
de Paco Escribano. Lloro. Al leer la crónica de la vida de Pere
Casaldáliga, escrita por Escribano en un avión hacia no recuerdo dónde,
me apoyé en la ventana del avión y lloré. Es un lugar un tanto inhóspito
para hacerlo, lo sé. Es mejor un teatro. Me pasó la primera vez que vi
la obra en una casa de cultura de algún lugar de Cataluña, me gustaría
tanto acordarme de dónde van los aviones y de todas las casas de
cultura, pero no. Cuando terminé de escuchar el diario de esta joven
activista estadounidense que marcho a Gaza y murió asesinada por un
bulldozer del ejército israelí no aplaudí, no dije nada, me quedé en mi
asiento. Creo que no siempre hay que aplaudir al acabar. Compartir un
silencio también tiene su valor. La obra es una lección de teatro: la
protagonista es una actriz orgánica donde las haya, su actuación está
llena de rupturas, de nuevo esas actitudes que le vi en el Malentendido
donde todo se mueve por dentro, es muy justa cuando notas que podría
exhibirse, sabe moverse y a la hora de comprometerse con las palabras,
lo hace. La dirección de Mikel Gómez es excelente, el espacio escénico
está siempre habitado, unos jerseys que cubren todo el escenario, como
ruinas y testigos de que cada uno tuvo su dueño, a veces se doblan y se
apilan y se convierten en discreto púlpito donde denunciar, cada vez que
la actriz se pone uno corresponde al estado anímico del personaje, todo
tiene sentido, ella sale de entre los muertos para volver a contar su
historia. Quisiera felicitar a su director por ayudar a Marta a ser
todavía mejor de lo que había visto, por dejarla actuar y ponerla al
centro y cerca del público para que sus palabras nos atraviesen. Rachel
Corrie es una Tragedia con mayúsculas porque el pasado, lo que ocurrió,
un acto horrible, injusto, malvado, se hace presente delante de nuestros
ojos. Igual que ocurría en Grecia. Es una lección de teatro pero aquí
lo de menos es el teatro. Al buen teatro le da igual el teatro y de lo
que se ocupa es de salvar la vida. De rescatarla de la mentira. Se ocupa
de mantenernos despiertos. El meu nom és Rachel Corrie se ocupa
de la verdad, es un parte de guerra y es prosa de resistencia. Si
alguien todavía tiene dudas de quién es la víctima en el conflicto
palestino que vaya a verla. Si quieren seguir
ejercitándose en el oficio de escuchar la verdad, vayan a verla. No
importa que remonten el río, que les cueste, los salmones lo hacen cada
año, van contracorriente, se oponen a un río que les lleva hacia otros
lados. Esto hizo Rachel Corrie, oponer resistencia y esto nos recuerda
la obra: que la única obligación que tenemos derecho a asumir es la de
hacer en cada momento lo que creamos justo. Que antes que obedecer a las
leyes está lo que es justo. También consigue Marta que la quiera mucho
sin conocernos demasiado, esto es propio de la gente que tiene talento.
Espero no llorar en Vilanova cuando venga a hacerla y la vea por tercera
vez. Le quiero comprar el libro de Santiago Alba Rico Vendrá la realidad y nos encontrará dormidos en señal de
agradecimiento y admiración. Me acuerdo de Palestina, de sus calles y
su gente, y mando un abrazo a todos los judíos que están en desacuerdo
con la política de su país. Vayan a ver esta obra y si quieren, hasta
pueden aplaudir, pero un silencio en lágrimas a mi me valió. Marta Marco
es Rachel Corrie y será muchas cosas más si se sigue implicando en
proyectos artísticos que nos hacen mejores personas a todos.