Crónica desde Avignon: el camerino del Festival

Estos días del Festival Off el camerino donde nos preparamos para el 30/40 Livingstone se parece a las paradas de boxes de los coches de carreras. Lo compartimos 8 compañías durante todo el día y es muy interesante el aspecto que va tomando según llegan y se van las compañías. El movimiento es de sístole diástole. La regla de juego para todos los artistas es la misma: puedes llegar para prepararte cuando la otra compañía ya está en escena, tienes durante el espectáculo todo el espacio para repartir tus cosas y cuando acabas lo recoges todo en un rincón y dejas sitio al siguiente. Durante el día el camerino se personaliza de diferentes formas. Aparecen los textos de la obra Fratricide de Dominique Warluzel que actúa a las 16.05 diseminados por las mesas de madera. Más tarde faldas sevillanas y guitarras de la obra Olé de las 22.30 y también el vestido de novia de Pierrete Dupoyet, que parece un merengue enorme cuando lo posa en el suelo, y que actúa justo antes nuestro. Yo entro a las seis, discretamente, y a las 7 ya me estoy vistiendo para hacer la función. Tengo una hora para prepararme. ¿Y qué hago? Pues afortunadamente el teatro está cerca de la Porte Thiers de Avignon, cerca de la zona donde está el Village du Off y extramuros hay una zona verde donde puedo mover el cuerpo. Antes de ir me unto antinsecticida en los brazos, una gorra y allá voy. Durante una hora repaso movimientos de la obra, intento llevar al cuerpo a que rompa en sudor y no me estiro, sino que me muevo. Estirarme lo hago después de la función, tras una ducha fría, una vez el cuerpo recobra las sensaciones musculares que en caliente pierde. Es muy divertido ver las reacciones que provoca un cuerpo en movimiento, y ya tengo algunos habituales que acuden a la cita. Un veraneante que se sienta en un banco cercano sin hacer nada, menuda envidia, y me saluda elevando exageradamente el brazo. Una señora muy tiesa que saca a pasear su perro, que ya me ha ladrado, olido y revisado a conciencia y se cita con otra de aspecto inquietante, tatuada y con un pañuelo cubriendo su boca, como si Avignon fuera México DF en alerta de contingencia atmosférica por el exceso de coches. Y luego están los que sonríen al verme moverme. Los veo por el rabillo del ojo, se paran a mirar y son mi primer público, el de las 6. Hay una parada de autobús justo enfrente y los pasajeros son público expréss, durante unos segundos miran desde la pecera del autobús y se van. A veces me vence el ego y hago algún movimiento de cara a la galería, como para presumir pero seguida me toco alguna parte del cuerpo para indicarles que no me salió del todo bien, que uno ya tiene una edad. Esto de moverse ocupando el espacio público genera buenas sensaciones. A esto contribuye el Festival, a cambiar rutinas ciudadanas: aparecer y desaparecer, a generar un estado de ánimo, igual que Macondo en la novela de García Márquez. Un poco de cultura, vamos.