Ciudadano Jesús

Digirir en teatro es pedirle a los ojos que vean lo acostumbrado como inexplicable, que la rutina la vistan de asombro, y sobre todo, como decía Brecht, allí donde dice regla, ver abuso.

Foto David Ruano
La imagen de Jesús hoy en día es una imagen domesticada, hecha a medida de nuestras comodidades, desleída voluntariamente para que no nos interpele y nos permita tranquilamente ser consumidores y no ciudadanos. Jesús ha sido adorado muchas veces por lo que no es, malinterpretado y su oferta vaciada de sentido. Porque si no ¿a qué santo jurar cargos políticos con tanta Biblia cerca si después las personas no son lo primero? Todo lo contrario de lo que es el cristianismo: la religión de la memoria, una memoria que nos incomoda recordándonos lo que deberíamos ser y no llegamos a ser.

La obra de teatro que trabajé en el Institut de Teatre de Barcelona empezaba con cuatro periodistas leyendo una noticia de Rosa Montero titulada Socorro Uno de ellos pide espacio en el diario porque tiene un relato que comunicar al mundo, una buena noticia que le llevará hasta el corazón del neoliberalismo: los Estados Unidos de América. El periodista, el público lo irá comprobando a medida que la obra avanza, es un trasunto de Jesús. Y si un periodista acaba ocupándose de la dignidad humana negada de manera estructural, su vida corre peligro.

Digirir en teatro es pedirle a los ojos que vean lo acostumbrado como inexplicable, que la rutina la vistan de asombro, y sobre todo, como decía Brecht, allí donde dice regla, ver abuso. En Ciudadano Jesús la Virgen María daba a luz debajo de una mesa donde dos israelíes presumían exhibiendo sus compras. Así los gritos de dolor del parto se alternaban con las exclamaciones de entusiasmo de los consumidores sin que llegaran a verse nunca. Cuando le pregunté a Fernando Díaz Abajo, a quien desde aquí agradezco sus consejos e indicaciones mientras montaba la obra, dónde nacería hoy Jesús me contestó: “Piensa en lugares por donde pasemos más indiferentes a lo que pasa alrededor. Yo creo que ahí. ¿En medio de una plaza en rebajas de navidad?… ” En la entrada a Jerusalén (Mt 21 1-11) el actor que interpretaba a Jesús le pedía a sus discípulos-periodistas que subieran a “la Bestia”, el tren que transporta centroamericanos indocumentados entrando por Chiapas hasta el Norte de México, antes de llegar a nuestra actual Imperio Romano: los Estados Unidos de América. Este tren, (en el montaje proyectamos el inicio del documental que Pedro Ultreras ha hecho) era la borrica y el pollino que Jesús pide a sus discípulos que busquen para entrar en Jerusalén. Y la autoridad de Jesús (Mt 21, 23-32) ocurría en un casino,  que donde los personajes comulgaban billetes (rublos, euros, dólares…) de la mano de un croupier-reverendo que les decía con tonillo de sacerdote: “Fondo Monetario Internacional, Moderación salarial, Tasa de Interés…” y los personajes, previamente santiguados, contestaban amén. En teatro las acciones del personaje son los datos que tenemos para saber y deducir el carácter del personaje. Algo así como el “por sus obras los conoceréis” (Mt 7, 15-20)

El novelista ve los acontecimientos a través de la mente, en teatro son los acontecimientos, los hechos, quienes informan, pues los buenos autores saben jugar la distancia que hay entre lo que el personaje dice y lo que hace. Siempre es jugoso en el arte escénico establecer puentes entre el pasado y el presente, revitalizar y realizar transfusiones sanguíneas a la tinta escrita para que enrojezcan las palabras, y si es posible, ruboricen al espectador. Pero hay una parte del trabajo que cada vez me conmovía más, y que es la más difícil de interpretar para cualquier actor: quedarse a solas con Dios. El orante. Jesús ora en Getsemaní Mt 26, 36-46 Sentir su presencia, transcender. Acercarse a ese Dios que revienta la historia del hombre y le propone una oferta de compasión. Que cualquier acción en escena parta de esta voluntad de acercarse a él. Enorme tarea para un actor. Una sensación de infinito, de sentirse desbordado. “El juego del actor será siempre un misterio, decía mi maestro Jacques Lecoq. Yo solamente alcanzaba a decir al actor: “mira ese foco que se va encendiendo, quizás en la luz encuentras algo, respira…” Y ahora, desfallece “me ha invadido una tristeza de muerte” Mt 26, 37

Para el momento de la crucifixión Ignacio González Faus, a quien también agradezco muchísimo una tarde de escucha donde le expliqué las ideas del montaje, me propuso decir tres frases: “Padre, no saben lo que están haciendo, perdónales” Y luego nuestro periodista-Jesús la escribe, atado en la silla eléctrica. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” El actor duda, la cabeza cae. “Padre, en tus manos pongo mi vida” La cabeza se levanta poco a poco, busca el foco y una luz se enciende a través de la valla de Melilla que formaba parte de la escenografía. Uno de los privilegio de los directores es situarse donde están los actores en los ensayos, ver lo que ellos ven. Desde allí el hierro de la reja parecía licuarse, y me invadía una sensación de infinito, pues esto es a veces el teatro: un acto de fe, un balbuceo frente al misterio.

Artículo publicado con enlaces en el blog de Cristianisme i Justícia

Jorge Picó