Uno de los problema de la Unión Europea es que sus dirigentes (Monnet, Adenauer, Schuman, Spaak…) que hablaban varias lenguas, que vivieron cerca de las fronteras, que sufrieron guerras, eran europeístas pero la gente no lo era tanto. El otro es que cuando uno ya no se siente protegido, cuidado por las instituciones como la UE pues busca lo cercano, lo local, los nuestros.
Esto de la nación se basa en una supuesta obligación moral que tenemos con los nuestros y es bastante fácil de explicar. Lo de la fraternidad universal cuesta un pelín más si no hay un padre común, creo. ¿Cómo explicas que la apertura al otro es nuestra esencia? No se puede razonar, o si es razonable lo es de una forma sintiente, misericordiosa. Los ingleses, quienes tanto me han dado culturalmente, no es que estuvieran plenamente convencidos del proyecto europeo que digamos (Schengen no lo firmaron, ni adoptaron el euro, con excepciones permanentes a esto y lo otro…) La Thatcher era un continuo mazazo contra todo lo que sonara a supranacional.
Sin embargo a la gente le cuesta recordar que la UE nació para evitar más guerras en un continente devastado por la muerte. Europa en 1914 lo poseía todo (imperios coloniales europeos, economía pujante, grandes intelectuales…) Y llegó Verdún y la I Guerra Mundial cuyo desfile triunfal de muertos en los Campos Elíseos habría durado once días y once noches si se hubieran puesto en formación reglamentaria como para celebrar la victoria (es de la pelo La Vie et rien d’autre de Bertrand Tavernier, 1989) Y aquí estamos ahora, en la encrucijada, con el mare nostrum llenándose de muertos porque no les abrimos vías seguras. O paramos el desmantelamiento del Estado de Bienestar y construimos una Europa más social, menos idólatra del consumo y del dinero, o esto no ha hecho más que empezar.