La literatura es una sociedad sin Estado

La literatura es una sociedad sin Estado.

Ricardo Piglia

Piglia no es de los que le gusta la literatura que adopta la lógica de lo posible, esa que lo aceitea todo para tranquilizar conciencias

 

Piglia, Ricardo
Crítica y ficción
1 ed. Buenos Aires: Debolsillo, 2014
Ebook.

Afirma Piglia en este libro de entrevistas que lo que distingue a la ficción es su relación específica con la verdad. Para este profesor emérito de la Universidad de Pricenton, la literatura, como un espejo caído y hecho añicos es “un espacio fracturado donde circulan distintas voces, que son sociales” Esta afirmación es una crítica a la crítica que, en un claro intento de desocializarla, ve a la literatura como un simple juego de textos que se autorepresentan. Así sacamos a la literatura de los centros de discusión. La misión del crítico, y a esto se dedica en sus clases en Estados Unidos, es la de ver su vida y reconstruirla a través de ese espejo literario fragmentado en el suelo. El crítico como detective y experto en la interpretación.

Criticar sería borrar incertidumbres, comprobar los desajustes de la ficción con respecto al presente. Y sobre todo la crítica buena sería la dedicada a la literatura, generando conceptos que pueden ser usados fuera de ella. El profesor y novelista argentino domina sus temas, baraja sus obsesiones y reparte juego entre los lectores. De la novela al cine, ese relato clásico, explica, que sustituye a la novela del S.XIX, “quien quiera narrar como lo hacía Zola o Balzac que haga cine” Para él los guionistas del séptimo arte serían una especie de versión moderna del escritor de folletines. Piglia sigue hermanando cine y literatura porque en ambos hay que desconfiar de las palabras, aunque en la literatura en otro sentido que en el del cine.

“Los espectadores de cine, como los avestruces, son animales realistas, decía Godard, sólo creen en lo que ven” Piglia ha pensado el cine desde la literatura y utiliza la definición de Stendhal sobre la novela realista  (“el espejo que se pasea a lo largo del camino”) para ver en ella una excelente imagen del travelling cinematográfico. Pero es en sus reflexiones sobre el relato y el lugar que ocupa en la sociedad donde el profesor encanta. Piglia ve a la sociedad como una trama de relatos y el Estado mismo es un narrador.

El Estado es una máquina de hacer creer. Hablando del Macedonio Fernández del Museo de la novela de la Eterna donde sitúa a un Presidente en el centro de la ficción como diciendo “porque hay novela hay Estado” O mejor “porque hay novela (es decir, intriga, creencia, bovarismo) puede haber Estado. Estado y novela, ¿nacen juntos?” En la dictadura argentina el estado militar se autodefinía como “el único cirujano capaz de operar, como si la sociedad estuviera inmersa en un relato médico donde había que soportar esa cirugía mayor, a veces sin anestesia”. Así la conspiración, el complot serían relatos bien argentinos, donde guían las fuerzas perversas, la maquinación oculta. La literatura trabaja la política como conspiración, como guerra, como una gran máquina paranoica y ficcional.

El Estado es capaz de generar falacias bien armadas como la de democratizar responsabilidades (¿os suena el “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”?..) La ficción política, la literatura política se dedica a captar el núcleo secreto de una sociedad. Algo que hizo el maestro argentino Roberto Arlt. ¿Antiguamente quién era el jefe? El narrador de la tribu, pero en la civilización “[…] la historia es otra. La ficción aparece como antagónica con un uso político del lenguaje. La eficacia está ligada a la verdad, con todas sus marcas: responsabilidad, necesidad, seriedad, la moral de los hechos, el peso de lo real. La ficción se asocia con el ocio, la gratuidad, el derroche de sentido, lo que no se puede enseñar; se asocia con el exceso, con el azar, con las mentiras de la imaginación como las llama Sarmiento.

La ficción aparece como una práctica femenina, una práctica, digamos mejor, antipolítica”  Pero “la literatura y la política, dos formas antagónicas de hablar de lo que es posible. En un lugar se dice lo que en el otro se calla” La escritura como laboratorio donde escribir es sobre todo corregir, un laboratorio que trabaja con los límites del lenguaje, en la gran tradición de T.S. Eliot, el escritor como il miglior fabro aquel que maneja y conoce mejor que nadie las posibilidades de su arte. Cuando habla de la novela negra, que el practica en sus obras, se refiere a la misma como “un manejo de la realidad materialista” ¿Por qué? Por el lugar que ocupa el dinero en esos relatos. En contraposición las “novelas enigmas” que no llegan a novela negra aparece un detective aficionado y las relaciones materiales aparecen sublimadas. Para Piglia las novelas negras son novelas capitalistas y deben ser leídas como síntomas. Piglia no es de los que le gusta la literatura que adopta la lógica de lo posible, esa que lo aceitea todo para tranquilizar conciencias. Para él un diario es un género cómico y la parodia aunque parezca un simple juego siempre está en juego algo más y así nos va descubriendo que la literatura es experimentación, marca de la gran literatura.

Si os gustan los novelistas que enseñan a leer como Faulkner en la introducción de El ruido y la furia “Escribí este libro y aprendí a leer” como el Nabokov del Curso de literatura europea que nos muestra cómo es importante “acariciar el detalle” o el Calvino de las  Seis propuestas para el próximo milenio y su intento de categorizar las cualidades específicas de la literatura; seguro que Ricardo Piglia os va a gustar porque da patadas al funcionario del sentido común y al bienpensante, que es lo contrario que pensar bien o creer que el mundo se puede cambiar. “La utopía importa porque es la antirealidad, porque es un modo de no aceptar el mundo tal cual es y aspirar a otra cosa”