Oriente se abrió al mundo a través de la respiración. Cualquiera que
haya practicado algo de meditación oriental o yoga sabe de su importancia.
Aquí, en Occidente, nos acercamos al mundo a través de la vista. Desde esta
puerta nos abrimos una dualidad: la del sujeto y el objeto. Toda nuestra
cultura está marcada por este hecho. Esta entrada al mundo ha ayudado a que
nuestro deseo de acumular y de poseer sea muy grande. «Todo a un
euro», reza la entrada de algunos bazares.
Dice Santiago Alba Rico que «los objetos, como signos y
depositarios de aventuras, están a punto de desaparecer para siempre en la
renovación acelerada de las mercancías. En esta gran comunidad soltera de
lactantes desatados contra todas las consistencias, las cosas no dicen nada. Si
Caperucita hubiera comprado su caperuza en Zara, unos días llevaría una roja y
luego una blanca; cambiaría todos los días de vestimenta y nadie la reconocería
por su ropa. Si Cenicienta hubiese adquirido sus zapatos en un Carrefour, el
príncipe jamás la habría encontrado y ella habría seguido barriendo suelos para
siempre. Si Ulises hubiese comprado su arco en El Corte Inglés, habría tenido
que sustituirlo tantas veces por un modelo nuevo, idéntico al de todos los
otros clientes, que los ciento ocho rivales no habrían tenido problemas para
tensarlo y hacerse pasar por él. En los cuentos los objetos resisten como
asideros mnemotécnicos y claves irremplazables del relato. En todos ellos
la felicidad del héroe depende de un bastón, una mesa, unos zapatos rojos, una
bolsa, una camisa, un arpa, una copa, que no pueden comprarse en
Ikea»
Al mismo tiempo dirigimos la mirada hacia las cosas y los objetos
desde un punto de vista y una realidad personal. Para un jardinero un árbol
significa trabajo, para un jubilado sombra y descanso, para un fabricante de
muebles su materia, para un niño, al menos antes, el punto de anclaje de su
columpio o un torreón a conquistar… Cada objeto está produciendo una
narrativa distinta en cada sujeto. Pero la nuestra no es un punto de vista
cualquiera, es, como dice Ramón Gómez de la Serna, «el punto de vista de la esponja» expresando la
relatividad del mundo. Se trata un poco de trastornar el sentido original de
las cosas, de encontrar una sobre-realidad, de des-realizar lo que conocemos,
de encontrar secretas querencias entre los objetos. «Las verjas del jardín se pueden abrir con la docilidad de una página» (Borges). Y «los
barrenderos manejan sus escobas con el gesto majestuoso del segador en el asfalto, como si éste fuera una pradera imaginaria» Lúdicos intentos de situarse frente a los objetos como ante una nueva y maravillosa realidad. Esponjas ingenuas, infantiles, capaces de reencantar a través de la mirada del niño esa dualidad objeto-sujeto. Si los objetos pueden ser otra cosa de lo que son es porque la realidad también. Afortunadamente.