Wanted: director artístico

Cuesta bastante explicarle a un político que el buen teatro no debe unir a la gente, sino dividirla. Solo así se manifiesta la complejidad de la vida y la historia. No es consenso lo que buscamos, sino pensar y entrar en crisis. Esto no va de programar el ocio de la gente, ni menos de pasatiempo, ni de una antología de obras memorables del pasado, o de curiosas novedades del presente, esto va de una comunidad que escucha una palabra que debe aceptar o rechazar.

Se busca director artístico y no necesariamente por concurso público. Quizás deberíamos decir: político busca artista para la ingrata empresa de intentar conciliar el orden social con el orden imaginario de los creadores. El Estado versus los artistas. El aparato coercitivo por excelencia frente a la comunidad unida en torno a un placer artístico libre de imposiciones, la creación. Se busca puente entre los dos, pero que sea también lupa, alquimista y geómetra de las emociones, a sabiendas de que será difícil imponer un modelo a gusto de ambas partes. ¿Bastará con un anuncio en la prensa convocando un concurso? Algunos teatros de prestigio, por ejemplo el Bush Theatre de Londres, no los convocan, les basta un CV, una carta de motivación (dos folios bastan) y una invitación: “nos gustaría conocerte.” Y escogen. La cosa viene de lejos. Ya en 1933 Paul Reynard, el primer ministro francés, afirmaba: “Un presupuesto, es un acto político” Y Jean Vilar, fundador del Festival de Avignon daba un paso adelante: “Un presupuesto es la cultura misma” Esta idea sigue resonando. El profesor de la Kingston University de Londres Peter Osborne recoge esta idea en su ensayo del 2006 Whoever speaks of culture speaks of administration as well (“Quien habla de cultura habla también de administración.”) ¿Va solamente de dineros el asunto? No crean. Soy de los que piensan que es más importante un impulso utópico inicial y un buen político que sepa reconocerlo. A partir de aquí conocerse, negociar y convencer. Y presupuestar las ideas. Esto hizo Jean Vilar con el doctor Pons, alcalde comunista de la ciudad de Avignon para fundar el Festival, ahora una de las piedras angulares del teatro europeo.
La validez de los concursos
 A no ser que los concursos públicos sirvan a los políticos incapaces de reconocer proyectos henchidos de utopía para escudarse en “lo eligió un tribunal, y de prestigio” Mientras que a uno le gustaría conocer cuáles son los innegociables de un político y los valores y principios a defender a toda costa en un equipamiento público. Cuando dirigí el teatro municipal de Vilanova i la Geltrú en Barcelona me encantaba preguntar a mi política cuántas obras creía que eran necesarias. Así, cuantificado, igual que uno necesita saber el número de camas de hospital que nos hacen falta. Y cuando hablo de valores uno fundamental consiste en “situar a los que no tienen voz en primer plano” tal y como afirma Tarek Iskander, flamante director del Battersea Arts de Londres. Por ejemplo Marie-José Malis en el Théatre de la Commune de Auberviliers busca que su equipamiento sea una “escuela de actos” y el lugar de aprendizaje de la lengua francesa dando cancha a los inmigrantes y otros excluidos. Me parece un buen ejemplo de cómo los valores fundamentan un espacio, en este caso el valor de la hospitalidad.
 En alguna reunión con políticos izquierda han defendido la transparencia como gran valor por el cual convocar estos concursos y no se fía de anteriores dedazos. Ya, pero… ¿dónde queda la elección del político que hable de su coraje al elegir? Obviamente estoy por la evaluación. Por eso creo que la gente de cultura nos podemos explicar en los plenos del ayuntamiento, en el parlamento. No entiendo por qué no se hace más, basta con invitarnos. ¿Qué buscarían juntos el político y el director artístico? Pues deberían alejarse del lirismo y de la buena voluntad de los consensos que nivelan hacia abajo y buscar juntos la confrontación de ideas en un ejercicio de autoridad que mire al bien común. ¿Y por dónde empezamos? Creo que por la programación, piedra angular de una ciudad. Todo se construye a través de ella. Es la que da sentido a los programas de formación que se crean alrededor. Es la que consigue que el público confíe en los espacios y no en las fotos del cartel de la entrada. Cuesta diez años crear confianza y pierdes al público en dos años. Si dirigir teatro es gestionar los bienes espirituales del autor, programar sería gestionar los del público. Que son los mismos que los de la ciudadanía. Una ciudadanía que en estos momentos experimenta una erosión de la visión colectiva de lo social y a quien básicamente se le proponen relatos donde lo que cuenta es la relación coste beneficio. A partir de aquí se pueden plantear varias fórmulas. Normalmente el director o directora programa de arriba abajo. Yo os traigo obras y vosotros venís a descubrirlas. Es una tarea a menudo solitaria. Pero hay otros esquemas de trabajo, más cooperativos y más horizontales, donde entidades, colectivos pueden tener voz y voto.
 Consenso vs Crisis
 Cuesta bastante explicarle a un político que el buen teatro no debe unir a la gente, sino dividirla. Solo así se manifiesta la complejidad de la vida y la historia. No es consenso lo que buscamos, sino pensar y entrar en crisis. Esto no va de programar el ocio de la gente, ni menos de pasatiempo, ni de una antología de obras memorables del pasado, o de curiosas novedades del presente, esto va de una comunidad que escucha una palabra que debe aceptar o rechazar. Hace falta mucha visión política y generosidad para escoger bien y que los cargos públicos artísticos se ocupen por personas en actitud de servicio hacia el bien común. Espero que estas líneas animen a la política a escoger con valentía y criterio.
 
Jorge Picó
@jorgepicopuch
 
Artículo aparecido en el n.78 de Primavera de la revista Fiesta Cultura