Para los griegos el teatro era logos que se contempla. Y era una de las tres patitas que sujetaba la mesa de la democracia. Las otras dos eran el ágora donde se juntaba la asamblea de los demos y la akrópolis que proporcionaba el espacio sagrado (donde por cierto, no había ni promesa ni esperanza, la religión griega no es una religión revelada). Y en el Theatron se representaba la lógica (que no estaba extenta de un cierta ambiguedad donde se daban discursos dobles que combatían sin autodestruirse… ¡menuda lección política ahora Pablo y Pedro!) Pero… ¿cómo se contempla el logos, la palabra? ¿Qué era hablar en un escenario griego? Pues creo que lo mismo que es o debería ser ahora.
Stanislavsky lo explicaba muy bien: hablar era y es hacer. Es tratar de infectar a la persona hacia quien diriges la atención. Es hablar de la boca al ojo. Uno habla al ojo del otro. Hablamos para que los otros vean. Por eso es tan necesario trabajar con imágenes internas para un actor o actriz, para infundir en el otro lo que vemos dentro de nosotros mismos. Cualquiera que haya pasado por un buena escuela de teatro entiende esto. Imágenes, imaginario interiormente sentido que fluye por dentro y proporciona vida y existencia a ese «aire semántico pronunciado a través del arco de los dientes» que son las palabras. Entonces cada imagen llevaba a una nueva significación, a una nueva captación del mundo, pues la griega era una sociedad capaz de cuestionarse sus propios fundamentos: «un cadáver entre los vivos» dice de sí el Filoctetes de Sófocles para decirnos que es un muerto social, alguien que «no disponía de ninguna mirada fraterna»
Palabra sí, pero palabra pública, no privada. La palabra privada es la que está vuelta hacia el mundo propio. Recuerdo mucho cuando Jacques Lecoq nos decía: «juegas (actúas) en privado» La pública, la que pertenece al teatro, es la del mundo común. Cuando hablamos de «palabra transformadora en el escenario» nos referimos a esa que nos lleva desde lo privado hacia lo común y público, donde uno deja de ser el que era gracias a una transformación. Es la de los «despiertos» frente a los «durmientes» que hablaba Heráclito: «no debemos actuar y hablar como durmientes» Abrid pues los párpados, esta es la invitación que hace el teatro, la de aprender a mirar, a contemplar lo real, para dejarse acariciar por él, para usarlo, si es preciso, y como dice el maestro Lledó: «sobre todo para entenderlo»
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