Cuando estudié en París nos pasamos meses observando el mundo e intentando reflejarlo en uno mismo. Sin pudor. Si hay que hacer de huevo friéndose, o buscar la presencia de una montaña, o estudiar la dinámica del viento, pues adelante. Cuando llega el humor y la máscara roja del payaso uno se pasa siendo uno mismo e intentando descifrar el efecto que causa en el mundo. Por eso es constante el apoyo en el público en humor. Una tragedia puedes siempre argumentar si llega o no llega, pero en humor si no hay risa o sonrisa, pues algo mucho falla. Esta forma tan paradójica de aprender es uno de los tesoros de Lecoq.
A pesar de ser un inadaptado en un mundo hostil el cómico más interesante, el que nos humaniza a verlo, es aquel que se lanza a la conquista poética del mundo. Estoy meditando una escena donde un personaje enfrente de una puerta no sabe si está dentro o fuera y eso le conflictúa hasta aullar como un lobo o como Charlie Rivel. Ni idea de si funcionará. En humor hay que aceptar que uno está en permante conflicto consigo mismo. Y espero que haga reír. Para el cómico hacer y cómo se comporta haciendo es más importante que lo que hace. Y para un actor/actriz el trabajo sobre lo cómico es una búsqueda bifronte donde la identificación con lo que se hace es tan importante como la distancia con la que actuamos. En una situación normal cuando nos asaltan a punta de pistola y nos ponen en la tesitura de “la bolsa o la vida” si nos identificamos contestamos normalmente que la vida y damos nuestro dinero. El cómico contesta, poniendo distancia hacia el dolor y la verdad de la situación: “¿me lo puedo pensar?”
¿Desde dónde se sostiene en el escenario esta frase tan inverosímil en la vida real?
Esto trabajaremos durante todo el mes en la Escuela del Actor de Valencia con los de tercero. A ver, a ver qué pasa…