“Ya ahora es evidente que el proceso de mecanización está fuera de control”1
George Orwell.
Los aficionados al cine recordarán seguro la escena de la película Los hermanos Marx en el Oeste donde Groucho consigue que la locomotora que conduce vaya más rápido a base de pedirle a sus hermanos más madera y estos la obtienen del propio tren desmantelándolo a hachazos. El humor funciona bien en la escena porque consigue relajar el músculo mental de la razón, ese que se dedica a construir la realidad social con afán, y lo irracional, el delirio visible en la pantalla de ver un tren destrozado pero con los pilotos felices al haber conseguido más velocidad, pasa a un primer plano de una forma cómica y liberadora.
Quisiera asociar este tren con la Modernidad y el pensamiento del filósofo y sociólogo de la ciencia recientemente fallecido Bruno Latour. Para Latour la Modernidad era un imposible porque no tenía en cuenta lo material. Avanzaba la locomotora sin vislumbrar los costes de disponer de recursos limitados. Una Modernidad que se dirigía a una cierta universalidad2 (su reflejo son los derechos humanos que, aunque muy humanos, no llegan a ser nunca derechos de todos) sin discernir que estaba basada en el carbón, gas y el petróleo, sin baremar costes ni el dolor que provocaba. Lo estamos viendo estos días con la guerra de Ucrania, Europa era una yonki dependiente de la energía rusa. Parte del bienestar de algunos estaba basado en eso. Cada vez que pronunciábamos la palabra libertad no teníamos en cuenta los recursos exteriores. Es como si Groucho, que en la escena gritaba, ¡más madera! hubiera estado gritando ¡más modernidad! Aunque el tren (la tierra que habitamos) se fuera esquilmando. Todavía quedan modernos convencidos como Elon Musk que quiere subirnos a todos al tren del transhumanismo aprovechando la “fantasía de invulnerabilidad” en la que vivimos al negar nuestras fragilidades e interdependencias, como explica la psicoanalista Lola López Modéjar3 Una huida hacia adelante, sin pista de aterrizaje, ni freno de mano, apoyada en el desarrollo tecnocientífico y en una ilusión de inmortalidad que nos lleva hacia el “antropofuguismo”(Jorge Riechman) Pero en vez de gestos prometeicos, o sueños húmedos, apoyados en los avances de la biotecnología y la nanotecnología, la cibernética y la robótica, necesitamos gestos barrera que frenen el individualismo, el hedonismo y el deseo de éxito personal.
Para el filósofo francés la Modernidad, en un contexto colonial, se traduce en una palabra que invita al orden, a ser rentables, eficaces y racionales, pero al mismo tiempo llena de violencia y que se vacía de contenido al estar separada de los límites que marca la Tierra. La separación que instaura Descartes (padre de la modernidad filosófica) entre un ser humano consciente y libre frente al resto de las cosas (sin conciencia alguna) es para Latour, una esquizofrenia. El tren de la Modernidad tenía que avanzar y dejar atrás un pasado arcaico en favor de una universalidad bastante abstracta mantenida sin tener en cuenta a las víctimas y entre ellas, ahora más que nunca, la Tierra. Latour convierte la Modernidad en un objeto de estudio en su libro Nunca hemos sido modernos. Además de esto es un estudioso de la ciencia entendida como una práctica (la “ciencia en acción” la llama) y no como simple método empírico.
Dentro de su extensa obra me gustaría destacar uno de sus últimos libros, todavía sin traducir: Mémo sur la nouvelle classe écologique (Memorándum sobre la nueva clase ecológica) que corresponde más a la última fase de su pensamiento, donde se consagra a asuntos ecológicos. En las páginas de este libro, escrito con Nikolaj Schultz, explica cómo puede emerger una clase ecológica consciente y orgullosa de sí misma. En el libro va explicando qué condiciones son necesarias para definir la política alrededor de la ecología, cómo construir aliados y saber quiénes son adversarios en este paisaje político4. Una premisa fundamental es que la ecología sepa detectar por sí misma cuáles son las formas de injusticia sin que la definan los intereses económicos: como ese nuevo green dealprometido (verdes, digitales y sostenibles, ¿es eso posible? ¿o es una nueva trampa del progreso? ¿más madera…?) o los lavados estéticos del greenwashing que quieren captar un electorado medioambientalista sensible. Y esto pasará necesariamente por explorar las condiciones de vida que han sido destruidas por esta obsesión por el consumo y la producción. Ya no funciona asociar justicia meramente a distribución de lo producido, ya que hoy producir, sin discernimiento previo, significa destruir. En el colegio me hablaban de los “países productores de petróleo”, como si la sangre de la tierra que es el petróleo se pudiera producir…
Allí donde el socialismo se limitaba a la redistribución de los beneficios ahora la alternativa es un socialismo que discuta la misma idea de producción5. Ya no estamos, siguen explicando los autores, en un conflicto de clases al interior de un sistema de producción, sino en una relación polémica entre mantener las condiciones de habitabilidad de un planeta y ver cómo producimos al mismo tiempo. Si antiguamente la lucha de clases permitía delimitar estructuras sociales (obreros, amos) ahora estaríamos más en una lucha de clasificaciones, pues es difícil acotar lo que define la clase a la que pertenecemos.
Para que nazca esta nueva clase social se necesita tiempo6y también que se expandan nuestras sensibilidades. Latour nos pide que redirijamos nuestras emociones, si en el siglo pasado movilizaban la prosperidad, la emancipación y la libertad, hoy debemos emanciparnos de esa falsa idea de libertad y emancipación que no tenía en cuenta lo que nos daba la vida. Hay pues una distancia entre los antiguos valores y los que promueve la nueva clase ecológica: interdependencia, cuidados, reciclaje… Propone, igual que si fuera un virus, una mutación, no una mera resolución de un momento de crisis, “mutación cosmológica” la llama. El filósofo francés defiende también que es necesaria una estética capaz de alimentar nuestras pasiones políticas. “Las pasiones que se asocian a la política de hoy son pasiones muy antiguas, muy tristes, muy estrechas, inadaptadas a la cuestión ecológica”7.
Y aquí entran también las religiones capaces de suscitar emociones profundas, transformadoras. Llegando a afirmar que el cristianismo renueva sus dogmas en la ecología al valorar la dimensión profética y escatológica que contiene la Laudatio si de Francisco. Pero también la cultura y las artes porque aportan capacidades de expresión a los ciudadanos y son una perenne invitación a relacionarnos con el otro, a encontrar nuevas formas de ver y escuchar para encontrar estrategias que alteren lo que el dinero y este sistema económico injusto quiere que percibamos o experimentemos8.
Un verdadero trabajo de inventario cultural y de sensibilización hacia nuevos ritmos de vida más humanos y respetuosos con la vida. Necesitamos relatos y soñar la tierra frente al colapso9. Latour nos lanza a que generemos una nueva energía política con sus consiguientes peticiones, como la lanzada estos días por los países más vulnerables que piden ser compensados por el calentamiento global10. Pero para que existan las peticiones debemos saber definir los intereses, y esto es muy difícil si no sabemos de qué dependemos y por lo tanto nos costará definir qué debemos defender, argumenta Latour.
De lo contrario seguiremos como enfermos terminales, sonámbulos gracias al runrún tecnológico de la libertad para innovar, pasajeros de la locomotora progreso que se dirige a la estación colapso. Afortunadamente hay cada vez más gente que no quiere estar en ese viaje ecocida y que se pregunta cómo ralentizar, relocalizar, trabajar gestos, actitudes y prácticas contrahegemónicas que frenen el metabolismo social para reconectar con la naturaleza. Una nueva clase ecológica capaz de subirse al vagón de la locomotora de Groucho para gritar: ¡más vida!
1El camino de Wigan Pier de George OrwellDestino, Barcelona 1976, p. 208.
2Ver Abjurar la Modernidad de José I. González Faus. Cuaderno 113. Sept. 2002. pág. 31
3Dossier Transhumanismo. El Viejo Topo 418. Noviembre 2022, pág.29.
4 “Recordémoslo: no hace tanto tiempo, las sociedades, en Europa occidental, se caracterizaban ante todo por lo que las dividía, por el conflicto estructural que enfrentaba al movimiento obrero con los amos del trabajo. Este conflicto daba cuerpo a la vida política, pero también intelectual, y se organizaba en torno a una visión compartida por todos los protagonistas (…) Presentaba aspectos de violencia pero, en mayor medida, de institucionalización y, a menudo, de
negociación. Este conflicto, en lo que pueda tener de dimensión estructural, queda detrás de nosotros en el tiempo. Y es, tal vez, lo que más nos falta: una oposición entre protagonistas que comparten los mismos valores y pretenden, cada uno por su cuenta, tomar sobre sus hombros la responsabilidad de dirigir una vida colectiva totalmente tensada hacia el futuro”. M. Wieviorka ¿Cómo revigorizar el vínculo social?en La Vanguardia, 3 de noviembre, 2014.
5Se reedita ahora un clásico del ecosocialismo: El socialismo puede llegar sólo en bicicleta de Jorge Riechman. Ed. Los libros de la Catarata, Madrid 2022 donde el autor revisa sus posturas ecologistas de la primera edición del 2012 y formula un ecosocialismo descalzo más en consonancia con el ecofeminismo de subsistencia de Vandana Shiva y Maria Shives.
6E. P. Thomsom en su La formación de clase obrera en Inglaterra afirma que formar una “clase obrera inglesa” lleva un siglo.
7Entrevista a Bruno Latour, Revista Razón y Fe, 2022, t.286 n.1459 pág 149.
8El mismo Latour daba performances-lecturas y se implicaba en exhibiciones como Reset Modernity donde a través de relatos como Moby Dick o gracias a ciertos cuadros escogidos cuestionaba la relación de dominación del hombre frente a la naturaleza.
9Soñar una tierra nueva frente al colapso por Rufí Cerdán. Revista Noticias Obreras, n. 1654. Octubre 2022.
10Los países más vulnerables piden ser compensados por la crisis climática. El País, domingo 6 de Noviembre de 2022, pág 30-31.