No me dio tiempo de despedirme de Piglia, que casi se juntó con Berger, y ahora Bauman… En el 2011 publicó La cultura en el mundo de la modernidad líquida que es una joyita para navegantes del mundo de la cultura. En él encontraréis notas del peregrinar de la cultura a lo largo de la historia: desde el Wildeano concepto de «los elegidos tocados por la belleza» hasta San Bordieu que pone patas arriba la cultura nacida con la ilustración (refinement, Bildung) y nos explica que es un instrumento útil bien pensado para marcar diferencias de clase, una fuerza “socialmente conservadora”, contrariamente a los beneficios desinteresados que hablaba Kant.
Para los modernos, explica Bauman, la cultura era vista como una misión que era preciso emprender. Estaban los que poseían el conocimiento y los incultos. Y de ahí a la idea de cultura como cultivo para construir naciones. Bauman se dedica a estudiar esta disolución de conceptos, “la disolución de todo lo sólido” y cómo la cultura en la modernidad líquida se dedica a la solución de problemas individuales: “hoy la cultura ya no consiste en prohibiciones sino en ofertas, no consiste en normas sino en propuestas”, ¿os acordáis del suplemento del País que se llamaba “Tentaciones”? Pues eso, la cultura es más una tentación, un señuelo, señuelo que cambia constantemente. Como un gran escaparate donde todo entra con tal de que pueda ser devorado. “El principio del elitismo cultural es la cualidad omnívora” Conectarse, desconectarse donde antes primaba la fidelidad, la pertenencia. Aunque si os da la morriña del antaño “sentido de comunidad”, más que nada para protegerse del chaparrón que está cayendo, ya tenéis Facebook como sustituto. La caza es la gran metáfora de la modernidad líquida: cazadores de instantes, de identidades, frente a la modernidad que estaba llena de “jardineros” que cultivaban algo (el arte socialista, etc.) o los “guardabosques” de los tiempos premodernos. Esos bosques a los que uno acudía a rezar una oración a los Dioses y encender un fuego. No me preguntéis qué olvidamos primero: saber encender un buen fuego, las oraciones o el camino hacia ese bosque que había que cuidar. ¿Y qué pasa con los artistas? Se pregunta Bauman. Pues que ya no tienen encomendada ninguna tarea grandiosa (del estilo “píntame la creación, Miguel Angel…”) y sus creaciones ya sólo sirven para brindar fama a sus elegidos y son juzgados por el número de retuits o seguidores en las redes sociales o el número de apariciones públicas. Y “puesto que resulta imposible saber de antemano cuáles de los bienes ofrecidos lograrán tentar a los consumidores, y así despertar su deseo, solo se puede separar la realidad de las ilusiones multiplicando los intentos y cometiendo errores costosos.” La cultura de la modernidad líquida ya no tiene que enderezar las ramas torcidas del vulgo ignorante, sino más bien seducir clientes. Y ya sabéis que el cliente siempre tiene razón, aunque el cuadro esté colgado del revés…