Para los antiguos el arte debía durar, pero para algunos creadores actuales lo pasajero, lo efímero, es un valor. Es un arte que consigue hacer de lo provisional, ley. Peter Brook invita a casarse con la corriente del río porque contrariarla es cansarse y perder el combate. Para Ostermeier, obligado a crear varios espectáculos al año en su teatro berlinés “se convierte en algo menos grave, ya corregiremos los defectos en el siguiente”
Antoine Vitez y el mismo Brook hablaban de una noción que defendían en teatro: “lo mal hecho” y dan un ejemplo sacado del teatro iraní. Algunos espectáculos populares iraníes representan escenas religiosas, al parecer es el único país musulmán que lo hace, como nuestras Pasiones y Misterios europeos. En estas funciones interviene el dedo del Profeta. Hay pues que buscarle una forma, representarlo. Y como es algo tan enorme, tan terrorífico, el dedo del profeta no se construye de antemano, sería algo parecido al pecar, a atribuirse el conocimiento divino de cómo tiene que ser representado. la solución es acudir a lo primero que tienes a mano: un objeto miserable, en plástico, una tapa de un boli bic por ejemplo, lo que sea. Así, explica Vitez: “la cosa más vil y baja representa la cosa más importante: el dedo del Profeta” De aquí Brook, apóstol de lo efímero, elabora su teoría épica del teatro, donde la importancia es que las cosas se hagan y se muestren. Bien o mal. Hay que tener un inmenso talento para llegar a esto. El teatro, como el pan, dice Vitez, se corta siempre de una forma aleatoria.