En la sala de ensayos hay que notar que el teatro nos precede. Que estamos en algo más grande, más alto, más profundo y a la espera de que aparezca el cobijo de su sombra.
Es tranquilizador tener teorías, pero lo que hay que tener es obras de teatro y escenario.
El teatro auténtico es respiración. La piedra de toque de una obra es la emoción que es el pozo donde habitan las verdades muy hondas.
El teatro es aquello que no se puede dejar de hacer incluso cuando se ha querido dejar de hacer. Vocación incandescente.
Los que han estudiado danza van con ventaja a la hora de hacer teatro. Los que han estudiado música, también. Los que saben sentarse en un café y mirar el comportamiento de las personas son los que más ventaja tienen de todos.
Lo que me apasiona del teatro es encontrar conexiones: Racine y su Hipólito con la tradición cartesiana (la «generosité» esa pasión que nos mueve a hacer grandes cosas) y Juan Luis Vives y su «Sobre el socorro de los pobres» con Los Locos de Valencia de Lope.
Teatros de lo que el hombre es, de lo que la conducta humana debe ser. Mezcla de avidez y desesperanza. Recreación humana de la realidad en la escena.
Las actrices y los actores desean ser dirigid@s. Que los metan en estados dramáticos, que alcancen las pasiones del personaje, que se les ayude a cabalgar el sentimiento de cada frase, a explorar los límites de la obra, que trabajen el contratiempo en lo cómico, la tensión en la tragedia…
Que comprueben que invocar al teatro es convocar al misterio de la actuación.
No vale dejarlos libres y que la escena sea el pequeño psicoanálisis de cada día.
Es duro, es trabajar con Stradivarius, máxima exigencia, pero cuando suena la música correcta es como tocar el cielo sin intermediarios.
Jorge Picó.
Fotos de Herestia, gracias Julia. El casament dels petits burguesos de Bertold Brecht