. “El interés revolucionario, que sabe cuán defectuoso es el mundo y que conoce cuánto mejor podría ser, precisa del sueño despierto del perfeccionamiento del mundo”
Ernest Bloch
En el teatro mexicano hay una bonita costumbre que consiste en desvelar una placa cuando un espectáculo llega a las cien funciones. En ella se menciona a todo el equipo artístico y se suele invitar a dos o tres personas de teatro para que procedan a desvelarla. La placa se queda en el vestíbulo del teatro, decorándolo y llenando de memoria las paredes. El vestíbulo de un teatro es un lugar muy especial: si la función gusta, la gente tiene tendencia a quedarse para hablar sobre lo que ha visto. Es un lugar cálido y siempre he pensado que debe estar bien cuidado, ser acogedor, espacio también de invenciones y de propuestas. Me parece que en cine no ocurre lo mismo. La gente simplemente se va a su casa después de la proyección.
Nosotros con el 30/40 Livingstone hemos sobrepasado las cien funciones en Avignon, hoy mismo llevamos 20 seguidas desde el 4 de julio. No dan las fuerzas para desvelar placas, así que sirvan estas líneas para hablar sobre lo que es actuar bastante un mismo espectáculo frente al hacer muchos espectáculos pero con una vida más corta. Son como dos escuelas del teatro, la de los velocistas y la de los maratonianos. Yo soy de la segunda. Como director se me plantean varios problemas. Tienes mucho tiempo y muchas funciones para dar notas a los actores. ¿Qué decir? O el eterno dilema de que cuando se estrena tienes que desaparecer y dejar que “el espectáculo viva sólo”.
A veces a los directores se les reconoce por lo que callan y escogen ser dicho. Un director es, básicamente, una persona que habla y que intenta conseguir la atención de los actores. Su atención, esa cosa tan preciada y que tanto y tantas veces a la ligera pedimos a los demás (Javier Gomá explica en sus libros estas cosas mejor que yo) Me parece que las notas demasiado concretas, del tipo “busca la luz”, “te has olvidado de decir tal palabra” todo el tiempo pueden llegar a secar el espectáculo. Un espectáculo es interesante si suscita un hablar de otras cosas por culpa suya. Y sobre todo si puedes dar indicaciones poéticas, no utilitarias pero que enriquecen el subconsciente de los actores y la calidad de la propuesta.
Aquí en Avignon, y para alejar el 30/40 Livingstone del Cabaret, de la proximidad golosa con el público, pues la sala es pequeña las hemos trabajado un poco. Por ejemplo en vez de “recortar o reducir una escena” es interesante pensar en “condensar” pues así obligas a llevarlas a un ideal, uno puede recortar fácilmente, donde sea pero condensar, se condensa lo que es esencial. Con Sergi, al principio de la temporada en Avignon, pues las conversaciones necesitan sus tiempos de cocción, y después de una general donde no quedamos satisfechos, hablamos de llevar el espectáculo hacia algo más mental, más onírico, como si todo ocurriera en la cabeza del protagonista. Como si de, y aquí bebo de Ernest Bloch y su Principio de esperanza, como si de un sueño diurno se tratase. “El interés revolucionario, que sabe cuán defectuoso es el mundo y que conoce cuánto mejor podría ser, precisa del sueño despierto del perfeccionamiento del mundo” El que duerme despierto en escena se encuentra con sus tesoros. La obra como un estado de ánimo, muy interior, se podría reproducir entera en movimiento en un metro cuadrado. Si tienes esta sensación en pequeñito, muy privada, luego la puedes exponer o re-presentar delante del público. Disminuir y agrandar. Dos direcciones que no puedes dejar de transitar.
Ver la obra como una posibilidad que debe hacerse realidad “delante de” Actores en movimiento, pero movimiento inconcluso, tal como decía Aristóteles, “entelequia inacabada”. Y además de todo esto, del soñar despierto, dormir mucho y beber mucha agua.