Post publicado en la web de CiJusticia
Todos estaremos de acuerdo en que naturaleza es algo muy bello pero sin propósito alguno, no tiene un plan preestablecido, no desea nada y aquí es donde entra el concepto de cultura ligado al acto de cultivar de Wilhelm Von Humboldt frente a Johann Gottfried Herder y su Kultur como alma cohesionadora del pueblo. Cada cultivo necesita un tutor, que es ese palo o caña que se pone al lado de una planta para sujetar el tallo mientras está tierno. No hay cultivo pues sin cuidados y atenciones. “Basta con mirar una cosa fijamente para que se vuelva interesante” decía Flaubert. Y los cuidados y las atenciones en cultura están centrados en el cuerpo de las personas. Aquí es donde cultura y política se unen, la cultura cultivadora, atenta y cuidadosa, nos ayuda a entender la política como el cuidado de los cuerpos. Un cuerpo hambriento, herido, violado o privado de derechos es un cuerpo dejado de lado por la política. Una persona sin cultivar es alguien que no ha tenido la oportunidad de experimentar la fuerza de las raíces, que es dónde se aguantan las cosas.
Ahora que parece que no hay nada que sostenga al hombre por encima de sus propias fuerzas, al menos pongámosle una ramita tutora donde apoyarse o una atalaya desde donde curar su miopía hedonista, o subámoslo a hombros de gigantes para que pueda ver más y más lejos o al menos para que recuerde algo. Los alemanes tras la segunda guerra mundial lo entendieron bien y la “re-educación”, tras la tierra quemada del Tercer Reich y sin cultivo alguno, pasaba por el teatro que ayudó a restablecer valores humanísticos: “Ifigenia en Táuride de Goethe, fue el emblema de los valores humanos, Intriga y amor y Don Carlos de Schiller, significaban la insubordinación y la rebeldía contra la autoridad, y Nathan el sabio de Lessing simbolizaba y simboliza el ideal de la tolerancia (religiosa), un primer paso para pedir perdón por la masacre a los judíos.”[1] Más que un concepto de corte sociológico, entendida como un repertorio de las Bellas Artes, la cultura tiene una misión antropológica que es mirar al ser humano en toda su complejidad. No hay atención sin mirada previa.
Os hago esta pequeña introducción porque la polisemia de la palabra hace que ahora mismo haya que liberarla del cinismo que la envuelve. ¿Cómo es posible que hayamos confundido cultura con lo que quiere el dinero? ¿Por qué nos hemos dejado de ocupar del dolor ese “suelo sagrado” que decía Wilde? El placer, las sensaciones rápidas y de fácil digestión se han convertido en la justificación cultural del capitalismo. La cultura que se puede manosear, que no transciende, nos mantiene en una minoría de edad permanente, para así poder desear y consumir chucherías eternamente. Le hemos dado tal achuchón de mercado que necesita una inyección de humanismo. No se aguanta sola, ya casi no sale en los debates políticos y a veces despierta recelos y desafección entre la gente por elitista y por el rapto que ha sido sometida por los especialistas culturales que la han convertido en un aparador sin fuerza transformadora.
La cultura y su sector no dudó en sumarse a la época de vacas gordas alejándose de la ciudadanía y ahora lo estamos pagando, no hemos conseguido crear bastante masa crítica. Si cerrasen los teatros de cualquier ciudad española se armaría algo de ruido (ojala) pero no sé yo si se paralizaría la ciudad. Está vista como algo prescindible para las arcas públicas, salvo en algunos países donde hay voluntad política como Colombia que están diseñando una cultura de impacto que les ayude a salir de la espiral de violencia en que estaban instalados. La prueba es que en España en estos tiempos de urgencias ha habido mareas por la sanidad, por la educación muy relevantes y casi ninguna marea cultural con mucha incidencia y activismo.
La cultura pues, no puede ir sola, hay que trabajarla por binomios: cultura y educación, cultura y medio ambiente, cultura y economía, cultura, equidad e inclusión social, fe y cultura. No concibo una reunión de cultura en un ayuntamiento sin implicar a todos los “agentes culturígenos” que tiene una ciudad: los maestros, los bibliotecarios, los libreros, los programadores de los equipamientos, los artesanos, los grupos amateurs, los vecinos con inquietudes… Se gana en participación y se baja carga política. Y entre todos se construyen relatos culturales diversos a través de una cultura de la proximidad. Porque es en las ciudades y en sus barrios donde se van a dirimir muchos significados de la vida de las personas. Las ciudades son ahora grandes espacios de aprendizaje. Ideas para cambiar las reglas del juego no faltan. Reutilizar el suelo de las ciudades: naves industriales abandonadas, cuarteles, cocheras, mataderos, edificios administrativos abandonados… e huir de la política de grandes equipamientos quitando presión a los terrenos no urbanizados. Nos debemos alejar de la egolatría del sujeto-marca y las “ciudades-marca” y hay que repensar la comunidad alejándose de privatizar los saberes colectivos.[2] La cultura está necesitada también de una “minería de datos” pues es un suelo fértil, cuanto más profundo mejor, cuya incidencia no se puede medir solamente en términos económicos y ahí hay mucho por hacer. Si de verdad creemos que es un bien público y un derecho de las personas no se deben externalizar sus servicios como se lleva haciendo sin ningún pudor. Y hay ejemplos de que la gestión pública es más sostenible que externalizar servicios.
Me gustaría también recordarle al Estado que no valen relatos simplificadores de la realidad cuando se trabaja en cultura, que la identidad de cada uno ha pasado a ser un punto de partida y que es posible reconocerse en varios relatos culturales y además se puede ir cambiando con toda libertad, como un discurso abierto. Ni la población es una cultura, ni la cultura es una población, hay más bien una dinámica de pertenencias, un flirteo de formas de acción y de convivencia. La pregunta incómoda para los políticos es ¿cuánta diversidad y qué clase de diversidad cultural puede acoger y gestionar un estado?[3] Las personas son mejores que su cultura, creo decía Adorno.
Y ya para acabar, y como soy del gremio, recordarle a los políticos que los artistas son como los vegetales, cada uno necesita su tiempo de cocción, y que para eso están las becas, las ayudas, las subvenciones y que corresponde al poder público respaldarlos en su tarea de explorar la frontera de lo conocido para crear nuevos significados, sobre todo si nos ocupamos más de los más desfavorecidos, que son quienes deberían recibir toda nuestra atención y cuidados a través de la cultura.
[1] Una mirada a la escena teatral independiente en Alemania de Ana Rosa Calero, Pág. 17 Colección Teatro Serie Crítica. Universidad de Valencia, 2014.
[2] Marcas, sujetos-empresa y otras formas de vida contemporánea por Aron Rowan en la Revista Quimera Dossier Industrias Culturales, Marzo 2012
[3] La pregunta la formula el profesor Honorario Velasco en Cultura, Antropología y otras tonterías de Ángel Díaz de Rada, Pág. 256. Editorial Trotta, Madrid, 2010.