Enseñar Teatro.
Uno de los grandes problemas que te encuentras al enseñar teatro (un oficio, una manera de hacer…) es que los alumnos quieren comprender primero lo que deben hacer. «¿Qué me pide el profesor? Voy a hacerlo bien». Muy humano, pues a nadie le gusta equivocarse. Esto es un error porque entonces actuar se convierte en la ejecución de lo pensado antes. De ahí que muchas veces se ilustre o se esté en el puro simulacro, «coloreando» la voz o poniendo emociones en la cara olvidando el resto del cuerpo.
El arte del actor no se puede convocar intelectualmente. Hay que reaccionar para poder comprender. Y reaccionar imaginativamente dentro de una situación. Imaginar es ponerse en el lugar del otro, para entenderlo, es una opción casi ética.
Un ejemplo: si eres el espectro del padre de Hamlet que vuelve de entre los muertos para ver a su hijo es más concreto pensar en un descargador de hielo, que viene con un pedazo en la mano, traído del más allá, a presentarse a su hijo que en un sufriente espectro. «Hijo, el más allá es mover grandes pedazos de hielo, sin saber si estás moviendo el mismo uno y otra vez… a esto me condenaron tu madre y tu tío, a clasificar y a ordenar el frío. Compadécete de este estibador del hielo»
Ésta puede ser una premisa de actuación. Porque claro, ningún actor ha estado muerto antes y no puede acudir a su memoria o experiencia previa sobre la muerte. Hay que inventar, e inventar al tiempo que se hace.