No nos podemos identificar únicamente con héroes irreprochables. Es necesario defender en el escenario la humanidad de los agentes del mal, porque esto implica reconocer que nosotros también podemos volvernos inhumanos. Estad vigilantes, atentos nos dice el escenario. Frente al “así soy yo” y “esto es lo natural y por tanto esto siempre será así” (habrá siempre pobreza, la guerra es inevitable…) del teatro dramático, el teatro épico nos empuja a que nada es evidente.
No es evidente que Antígona sea una heroína que defiende una causa justa ya que no llora a un esclavo sino a su hermano, a sus lazos de sangre. Lucha por uno de su clan bajo una ley no escrita (propia de los círculos oligárquicos, un ejemplo, en Mali, hasta hace bien poco, los conflictos recurrentes, a veces violentos eran resueltos rápidamente por los notables locales. Con el paso de los años el estado ha ido desmantelando esta convivencia ancestral en nombre de la modernidad. Al «no Estado» le sucede un «mal Estado» ). No corresponde a los agentes (Antígona) explicar sus actos, son los actos mismos quienes están dotados de significaciones auténticas. ¿Acaso es Creonte tan malo por defender la razón de Estado? Habrá que preguntarse.
Son los actos, esto lo explican muy bien Vernant y Vidal-Naquet en Mito y Tragedia en la Grecia antigua, “los que se vuelven sobre los agentes y descubren lo que éste es y lo que ha realizado sin saberlo”
Por sus obras los conoceréis, no miréis tanto lo que dicen las personas como lo que hacen. Y si obran mal, escrutar su inhumanidad porque puede ser también la vuestra. De esta forma la ciudad se hace teatro y el teatro hace ciudad, es la gran lección del teatro griego.