Aprovecho la invitación al Encuentro ACTIVA 2019 para profesores y profesoras organizado por la Fundación SM para compartir estas reflexiones sobre arte dramático y pedagogía publicadas en la web Eduforics. Desde mi campo, que es el del arte dramático y más concretamente la dirección escénica, intento encontrar paralelismos con la educación. La idea latente es que todo pedagogo es un artista en potencia y que el arte y la educación no deberían estar tan separados pues tienen muchos puntos en común.
Dar una clase requiere el nivel de energía de una actuación. El cuerpo está en alerta, controlado, lleno de intenciones, buscando sentidos. No es un cuerpo cotidiano, relajado, fláccido, acostumbrado a realizar tareas repetitivas, es un cuerpo dispuesto, abierto, receptivo, en escucha. Requiere más energía de la que usamos para nuestras acciones habituales. Todo habla cuando estamos en el escenario, todo es signo. Para el pedagogo en el espacio-escenario que es su clase, también. No es lo mismo esperar sentado a los alumnos, que hacerlo de pie y a la entrada del aula. Estar de pie implica que estamos prestos a movernos, no necesitamos ningún tipo de apoyo y es la posición desde donde podemos pasar a otra más rápidamente. Empiezo hablando del cuerpo, reivindicándolo, porque estamos asistiendo a una mutación tecno comunicativa que está influyendo en nuestro pensamiento, nuestros afectos y nuestras formas de relacionarnos. Entramos en una época en que la presencia del cuerpo ya no parece decisiva. Vista, tacto, escucha, olfato… el cuerpo educa. Presencias vivas, texturas sensibles, que afectan al espectador a través del actor y a los alumnos a través del profesor o la profesora. El gesto de un maestro en clase es otra forma más de escritura. Y una clase es una puesta en escena que tiene como objetivo conmover al alumnado.
Cuando quieres controlar completamente un ensayo acabas convirtiendo a tus actores en rehenes. Los ensayos se nutren de cierto caos creativo, de cierto desorden asentado en la confianza que da un grupo que trabaja en la misma dirección. Me parece que una clase también. Nada de rehenes comandados con voz de mando llamando al orden, así el maestro se convierte en un carcelero; es mejor el desorden de la búsqueda y las manos manchadas de actividad y búsqueda de experiencias. Son los procesos creativos los que mandan y estamos constantemente descubriendo sus leyes. Sé que a todos nos da miedo perder el control de la situación, pero un momento de delirio, de caos, de no-orden es fundamental en un ensayo. Es una forma de oxigenar la búsqueda y de espantar al aburrimiento. Lo secreto, la sorpresa, lo inesperado, lo excepcional, lo extraordinario tienen sus propias ventanas y puertas para entrar en el aula y en la sala de ensayos y cuando aparecen hay que seguirlos a ver hasta dónde nos llevan. No congenian con el pensamiento lógico, la corrección y el formalismo: el arte dialoga más con lo que no existe que con lo que tenemos delante de nuestras narices, no se pregunta por lo que tenemos, sino por aquello que nos falta.
¿Qué necesitamos más en la sala de ensayos (y en el aula) que nos entiendan todo el rato o que nos sigan? Como director de teatro muchas veces estoy pidiendo a mis actores y actrices que me sigan en momentos en los que la intuición manda, aunque no entiendan del todo lo que están haciendo. No sé si llegaríamos tan lejos si les pidiera que apoyaran mis teorías. Seguramente las discutirían o se inventarían una mejor. Básicamente lo que les pido es que me sigan en mi curiosidad, que me sigan en un estímulo, ¿no es ésta la dinámica del aprendizaje? Seguimos compartiendo cosas juntos si mi curiosidad se convierte en emoción por el descubrimiento de un sentido nuevo en el texto, una forma nueva de moverse de un personaje… Es por esto que la parte del teatro que más me gusta son los ensayos, porque son puros procesos de aprendizaje en el calor de la intimidad (sin el público) y llenos de complicidad.
La educación es relato. Los niños nos estiran de la manga pidiendo explicaciones ante las cosas y gracias a esta inquietud nos volvemos contadores de historias. En el escenario y en el aula. El maestro es también un contador de historias, un maestro o maestra es literatura. El teatro y la literatura sirven para fraguar el carácter del niño, sirven, a través de modelos, a controlar sus pasiones, a sentir y desear como es debido, y a actuar en consecuencia. Todo es relato en las manos de un pedagogo artista: despejar una x en una ecuación, las propiedades de los materiales… narrar es placentero. Hay que reivindicar el placer del conocimiento a través del relato frente al utilitarismo de la evaluación y los resultados. Y sobre todo tenemos que seguir siendo artistas pedagogos para abrir grietas en el muro de un sistema económico injusto a través de nuevas lecturas de la realidad, cuestionando lo obvio, abriendo perspectivas e impulsando propósitos éticamente necesarios. Es aquí donde el arte escénico y la educación se encuentran apoyándose y reforzándose mutuamente. Jorge Picó @jorgepicopuch