Mi trabajo de director de teatro durante los ensayos consiste en privilegiar la línea vertical frente la horizontal. Nos ha costado tanto tiempo caminar erectos que no sabemos valorarlo. Somos verticales desafiando la gravedad. Cuerpos encarnando palabras. Los personajes en teatro son sacos de palabras, construcciones poéticas. La palabra vence al discurso. No fascinarse por lo epidérmico de la situación sino ver cuáles son las heridas y cuanto más profundas más grande es el compromiso del actor con el papel. Sin dolor no hay conocimiento, puesto que los personajes no están para compartir información en escena: muchas veces las preguntas en teatro no buscan una respuesta informativa sino que son un ataque, un esquivar la realidad.
La mayor parte del tiempo conocer no es acumular datos e información y sí hacer hueco al dolor del otro en situaciones compartidas. En escena hay una tendencia, sobre todo cuando improvisas, a que las cosas se vayan extendiendo en horizontal, como una alfombra, ocupando el espacio: la palabrería acompaña a la palabrería, los aspavientos (que es el gesto rebajado) a los aspavientos y el espacio se cubre de una segunda capa que no añade mucho más al propio suelo. Lo que buscamos es relieve, profundidad, abismo. A partir del humus latino brota lo humano. Por eso me conmueve tanto la historia de Júpiter mirando el barro modelado por Inquietud. Una pasta terrosa que va ganando en altura y volumen a medida que se trabaja, un barro que el teatro, me gusta pensarlo así, va puliendo y dándole una psique, aliento vital, uno de sus significados. Una idea es profunda y humana no porque suena a complicada o difícil de entender, más bien porque es capaz de cambiar estructuras existentes, generalmente injustas.
Creo que esta tendencia a llenar el escenario de aspavientos, pantallas de vídeo, discursos y lucecitas tiene que ver con la suma, una tendencia muy respetada últimamente por el poder. Sumar es equivalente a acumular, a ganancia, pero en escena es más difícil restar, descartar, hasta llegar a una sobriedad compartida. Más difícil, más comprometido, más interesante. La mayor parte del tiempo un director está descartando posibilidades, suprimiendo gestos, filtrando intenciones. Los actores, sobre todo cuando improvisan, tienen miedo al vacío, a no proponer nada y tienen miedo de estar simplemente a la escucha: tenemos el resorte de la producción metido en el cuerpo, les da miedo estarse “en ayunas” en el escenario, vacíos, disponibles al otro. Como somos hijos de nuestro tiempo la tendencia es convertir el escenario en un supermercado de propuestas. Así las ideas se acumulan creciendo solamente en horizontal: es el tiempo de las grandes superficies. De nuevo lo horizontal. Producir, producir en abundancia, falso espejismo para ganarse al espectador que es tratado como un consumidor. El público tiene ganas de que le obliguen a mirar hacia arriba, para ver más y mejor, que lo lleven allí donde el horizonte se estira en vertical. ¡Feliz día del teatro a todos!
Artículo publicado en entre paréntesis