Une chambre en Inde (et dans mon coeur)

La tradición en teatro es un trabajo, es el esfuerzo de caminar por un laberinto, pide ser entendida. La convención son gestos cristalizados y formales, rutina que besa el aburrimiento. Mnouchkine la alienta, esta tradición.


    Cuando uno va a París le sale el pueblerino que tiene dentro. No hay vestuario ni maquillaje que lo tape. Es una cuestión de escalas, mi yo delante de la grandeur. La prueba es que tenía reservado un billete para ver Une Chambre en Inde a la Cartoucherie y me llevé mi sándwich por si allí, en medio del bosque de Vincennes, no había nada para comer. A lo pueblerino se suma un error monumental, un olvido: el buen teatro es siempre un acontecimiento que se cuida desde la entrada.

     Y allí estaba Ariane, la directora del Théatre du Soleil (¿cuántos años ya al frente? ¿50? ¿más?) cortando las entradas de los espectadores. Y yo, como buen pueblerino, españolito que se llevaba de estudiante hasta las alcachofas a París, se pone a llorar porque ella sigue allí, fiel, envuelta en un poncho por el frío y exponiéndose en un cuerpo a cuerpo con los espectadores; igual que cuando la descubrí hace 27 años con Les Atrides. Ariane al pie del cañón, Ariane, efímeramente sólida en medio de la Francia líquida, sudorosa y asustada. Hospitalaria, capitana del barco…

      ¿Qué te emociona Picó? ¿Cuándo le preguntabas a Gerard Collins que te hablara de ella? ¿Volver al mismo sitio veintisiete años después? ¿Tus lecturas devotas de estudiante sobre su figura? ¿Su lucha política? ¿Cuál de todas las Arianes te emociona? ¿La que hizo huelga de hambre por la guerra de Bosnia? ¿La que acogió a los sin papeles expulsados de la Iglesia de Saint Bernard? ¿la asalariada de 1.800 euros como el resto de la trouppe? ¿Y si dentro el espectáculo no te gusta? Guardarás respeto por su obra y su figura, seguro. Es lo que toca. Stanislavsky escribía en Mi Vida en el Arte que desde la taquilla empezaba la obra para el espectador. ¡Cómo no va a tener bar el Théâtre du Soleil si lo suyo ha sido alimentar espíritus desde el 68! Hay bar y servían comida india acorde con la obra, libros, mesas para leer, colchonetas para descansar un rato, un futbolín… y sobre todo mesas, muchas mesas. ¿Hay alguna otra utopía que la de compartir la mesa común? La última vez que vi una obra suya fue en Lyon, envuelto en una manta, era Tambours sur le digue, una pieza de orfebrería. Y Une Chambre en Inde es… es una maravilla.

     Hay tantos niveles de lectura que voy a intentar señalar algunos porque se yuxtaponen ayudándose mutuamente, trenzando un bálsamo de humor, ternura y emoción que nos cura las heridas. El argumento es sencillo: un director de una trouppe francesa en creación en India medio enloquece, lo encuentran desnudo subido a la estatua de Gandhi y su asistente, Cornélia, un trasunto de Mnouchkine, homenaje a la hija buena de Lear, se ve obligada a llevar la creación adelante entre miedos y cagaleras… India, país terrible y fabuloso. Y todo en el mismo espacio, una habitación, de ahí el título. Como en Virginia Woolf: “Esta habitación me parece situada en el mismo centro del mundo” Bajo este marco, que en manos de cualquier otro podría ser de un ombliguismo peligroso nace una obra capaz de temblar con su época, atravesada de preguntas: ¿cómo ser de mi tiempo en estos tiempos? ¿Por qué no hacemos humor de lo que nos da miedo? Del Daesh, del terrorismo que hizo temblar a Francia, del patriarcado que machaca a la mujer (y al hombre sin que éste lo sepa) ¿Y para qué sirve el Teatro? O mejor, ¿hasta cuánto podemos amarlo? Para Mnouchkine el teatro interrumpe a la vida, “los actores se ponen la máscara y el público se quita la suya y se relaja” Es su espacio sagrado. ¿Cuánta vida le queda? Se pregunta Cornélia quien comparte la obsesión de Mnouchkine por la forma: “No veo nada, no encuentro la forma” La visita Shakespeare que entra por la ventana y la amamanta, “Mock that villains” le dice (“ríete de esos villanos”) y también Chejov, el buen doctor que la atiende y la cura. Obsesión por la forma, de ahí los fragmentos del Mahabaratha explicados con el estilo Theru Koothu, una forma popular de teatro cantado y danzado, interpretada por los más pobres, por los desposeídos, que inyecta un nivel de juego poderosísimo en la escena. Y que además actúa como un espejo puesto delante de nuestro mundo y una declaración de intenciones de la compañía, lo nuestro nace desde abajo.

     Ver la verdad a través de las bruma del teatro, servirla sobre el escenario, ser fiel a la utopía humanista de la “igualdad, fraternidad y libertad” Reírse de los villanos, de las almas feas, como Chaplin, quien cierra el espectáculo, esta vez vestido de talibán para volver a pronunciar el discurso final del Gran Dictador. Una habitación en mi corazón tienes, Ariane, una habitación en mi corazón.

PD: Pensando todavía en el espectáculo de Mnouchkine (y en Thomas Merton)

La tradición en teatro es un trabajo, es el esfuerzo de caminar por un laberinto, pide ser entendida. La convención son gestos cristalizados y formales, rutina que besa el aburrimiento. Mnouchkine la alienta, esta tradición.