Cuaderno de dirección del Príncipe Feliz de Oscar Wilde. Jorge Picó
UNO
Fuentes que sostienen ideas
Miren, o mejor lean, me gustaría compartir con ustedes algunas ideas sobre el espectáculo que estoy dirigiendo para la Compañía La Baldufa que se estrenará en el Centre d’Arts Escèniques de Reus.
Lo que está ocurriendo es que me hago mayor. ¿Y qué significa esto?
Pues que ya no son los músculos los que dirigen, sino una cierta calma,
digamos que ahora intento dirigir cerrando los ojos, buscando un poco de
oscuridad para que se aclaren las ideas. Y sobre todo hablando en voz
alta. Los ensayos, los más fructíferos, son como esas conversaciones que
se tienen justo antes de despedirse, en el umbral de la puerta, cuando
notas que has tenido toda la noche, toda una fiesta, para hablar de
estas cosas y necesitas estar con un pie fuera para sincerarte. Lo que
me parece importante a la hora de dirigir, o sea de apuntar hacia algo,
de calibrar las consecuencias que tendrá, es encontrar
ideas que se puedan encarnar. A mí, y ya les conté que la edad me
visita, me sirve poner de relieve aquello que en principio parece
secundario en una primera lectura de la obra. Y también me sirve lanzar
varias ideas a la vez y mantenerlas en movimiento, como si fueran
pelotas de ping pong que se sostienen con el agua de una fuente. El agua
sería la obra escrita por el autor, si las ideas pesan demasiado, se
hunden. Y si pones la mano para salvarlas y que no se hundan, cuando las
presentes en público se irán al fondo de la fuente. A veces uno se pasa
horas intentado que una escena funcione, llevado por el entusiasmo de
una idea que el agua de la fuente no podrá mantener a flote. Por
alejarme un poco de Wilde, les pongo un ejemplo de fuente (la obra), El
Rey Lear, y de qué ideas yo intentaría hacer flotar, porque me parece
una lectura magnífica y vigorosa de la obra de Shakespeare hecha por el
poeta Seamus Heany, a propósito de la obra de otro poeta, Ted Hughes.
Cuando lo leí me parece que la famosa escena de la tempestad se tendría
que montar de esta forma:
“La Inglaterra de
Hughes –asevera Heaney – es un paisaje primitivo donde las piedras
gritan y los horizontes sufren, donde los elementos habitan la mente con
vigor religioso, donde el guijarro sueña que es “el feto de Dios” […]
Es la Inglaterra del rey Lear, convertida al cabo en un páramo donde las
ovejas y los zorros y los azores convencen al “hombre desacomodado” de
que es un simple objeto ahorquillado, ligado no a una cadena, sino
poseído de un ser que lo sitúa a la misma altura que la de los
animales[…] El aire se halla amenazado por la voz de Dios en el viento,
por demonios proteicos con forma de cuervo; y el poeta es un vagabundo
entre las ruinas, separado de cualquier forma de consolación y filosofía
por la magnitud de la catástrofe”.
“La magnitud de la
catástrofe” A mi me bastaría esta frase para atreverme, que no me
atrevo, con esta escena del rey Lear. Creo que es una idea que flotaría
perfectamente en nuestra fuente-obra. Además el párrafo es lo bastante
salvaje y vitamínico para dar indicaciones a los actores. Coger una
piedra, una que esté en el camino de Lear, es tener en la mano “el feto
de Dios”. Seguro que la imagen le daría profundidad a la actuación. En
estos términos nos movemos, si se atreve uno a interpretar Lear. Como el
párrafo es muy rico, lo dejamos aquí y en otra entrega abordamos a
Wilde y qué ideas flotan en este montaje. Si tienen tiempo lean el
cuento, es muy corto y así lo podemos hablar con calma con más
facilidad. Les mando un abrazo, sigo pronto.